3 poemas de Coral Bracho
Con autorización de editorial Era ofrecemos tres poemas de la ganadora del Premio FIL de Literatura en Lenguas Romances 2023.
- Redacción AN / HG

“La poesía de Coral Bracho se pregunta por las maneras en que el mundo se descubre y nombra, provocando una inteligencia sensible por parte de la instancia lectora. Su trabajo se vuelve entonces un archivo de experiencias vitales donde se piensa el olvido, la enfermedad, el dolor y la muerte”, argumentó el anunciar que el Premio FIL de Literatura en Lenguas Romances 2023 es para la poeta mexicana.
A continuación, y con autorización de editorial Era ofrecemos nuestros lectores tres poemas que sirven de ejemplo de un reconocimiento más que merecido.
Ya no se detiene el tren en estos pueblos (tomado de Marfa, Texas)
Ese desbocado animal,
que huye sin tregua con su temor cansado,
con su incierta ansiedad,
como el fantasma furtivo
de aquel ganado que llevaban por anchas calles
hasta aquellos vagones; que brama
con un espeso sonido
donde chocan sin ensamblarse
graves y agudos, ecos y opacos tonos rojizos;
ese animal que huye, que huye desaforadamente
sin detenerse
y sin poder escapar,
esclavo de ese ritmo golpeante y ágil, ese engranaje
que lo atosiga,
que da la pauta,
que marca sus movimientos como un reloj,
como un látigo, y lo encadena;
un capataz sin voz
que lo violenta, lo asedia,
con la insistencia desalmada y febril
de toda máquina, de todo
compulsivo emprender, apremiar; ese animal,
ese animal que huye,
que avisa,
que inconteniblemente
va avisando, desconsoladamente,
brama,
y va avisando,
al borde de cada pueblo, de cada cruce,
que ahí viene,
que lo persiguen, que casi
no puede más, pero que no lo frenen,
no lo detengan; que nadie,
ni nada intente; que no se atreva
–y por eso avisa– a cruzar las vías.
Diario (tomado de Debe ser un malentendido)
No era un niño en harapos,
ni maltratado,
a quien se refería con firmeza,
indignada, dolida.
Era una azálea ancha
y llena de flores,
con dos o tres secas, marchitas,
entre muchas otras recién abiertas.
¡No hay derecho! –insistía–
¡No hay derecho!
¿Era el descuido de alguien
–del jardinero, de los dueños, tal vez–
lo que reprobaba con tajante firmeza?
¿O el de la planta misma?
¿La violencia insensible de tantas y tantas flores,
incapaces de proteger el bienestar de todas?
¿O era la ruptura
de una armonía; de una unidad,
de una forma
que así dejaba de ser hermosa?
De sus ojos ornados de arenas vítreas (tomado de Peces de piel fugaz)
Desde la aparición de estos peces de mármol;
desde la suavidad sedosa
de sus cantos,
de sus ojos ornados de arenas vítreas,
la quietud de los templos
y los jardines
(en sus sombras de acanto, en las piedras que tocan
y reblandecen)
han abierto sus lechos,
han fundado sus cauces
bajo las hojas tibias de los almendros.
Dicen del tacto
de sus destellos,
de los juegos tranquilos que deslizan al borde,
a la orilla lenta de los ocasos.
De sus rastros de hielo.
Ojos de piedras finas.
De las sombras que arrojan, del aroma que vierten
(En los atrios: las velas, los amarantos)
sobre el ara levísima de las siembras.
(Desde el templo:
el perfume de las espigas,
las ficciones; los ciervos. Dicen
de sus reflejos.)
En las noches,
el mármol frágil de su silencio,
el preciado tatuaje,
sus breves filos
(han ahogado la luz
a la orilla; en la arena)
sobre la imagen tersa; sobre las flamas
tenues
en las praderas.





