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“Vivimos en la era de la culpa y nos fustigamos de maravilla por todo”: Pilar Adón

La escritora, narradora y poeta española, habla de a propósito de la llegada a México de ‘De bestias y aves’, novela por que obtuvo el Premio Nacional de Narrativa en su país.

  • Redacción AN / HG
07 Mar, 2025 10:37
“Vivimos en la era de la culpa y nos fustigamos de maravilla por todo”: Pilar Adón

Por Héctor González

“La naturaleza no está ahí para nosotros, solo somos un elemento más de ella”, afirma Pilar Adón (Madrid, 1971). Su visión dista mucho de quienes se acercan a los campos, ríos o montaña para buscar una conexión con el planeta, en sus libros encontramos que puede ser un universo tan perturbador como hermoso y al que es imposible controlar, por mucho que el ser humano se empeñe en ello.

Pese a haber estudiado Derecho en la Universidad Complutense de Madrid, Adón ha hecho de la literatura su forma de vida. Ha publicado cuatro libros de relatos, varios poemarios y unas tantas novelas, entre las que destaca De bestias y aves (Galaxia Gutenberg), recién llegada a México y por la cual obtuvo los premios Francisco Umbral, Cálamo, de la Crítica y Nacional de Narrativa.

¿Qué relación tienes con De bestias y aves, un libro que te ha dado varios reconocimientos?

Ahora mismo una relación de agradecimiento al libro, a la protagonista, a los jurados y a lectores. Fue una obra especial por su proceso de escritura. Mientras la estaba haciendo perdí a mi padre, se fue de una manera muy drástica e inesperada en septiembre de 2019. Y cuando digo que es especial me refiero a que es una novela centrada en la naturaleza y para mí, mi padre era la naturaleza. A partir de ahí la obra dio un pequeño giro a nivel argumental.

¿A partir de tu padre viene el interés por la naturaleza?, casi toda tu obra ronda este tema…

Sí, es una constante. Vivo en Madrid y creo que solo tengo un relato ambientado en una ciudad. Además, me interesa una naturaleza no ajardinada ni domesticada. Mis padres nacieron en 1941, es decir, son niños de la postguerra inmediata. Mi padre nació en el lado de los perdedores y mi madre del lado de los ganadores, ella tuvo educación y nunca pasó hambre, pero mi padre todo lo contrario. Yo nací treinta años después, en 1971 y viví ambas realidades por todo lo que me contaban y los caracteres de cada uno. Sin embargo, siempre tendí más hacia mi madre por el lado de los libros y la educación. No quería mirar tanto hacia la naturaleza de mi padre porque era muy cruda y dura, pero un día se produjo un giro y ya no salí de ahí.

Que es una naturaleza no idealizada, sino todo lo contrario… perturbadora.

La naturaleza, desde mi perspectiva, no está ahí para nosotros, ni para que nos calmemos ni reconciliemos con el universo. Sin duda sucede y hay a quien le funciona, pero nosotros solo somos un elemento más de la naturaleza. Durante la pandemia comprobamos que tenemos necesidad de conexión con la naturaleza, pero porque formamos parte de ella. Aunque parezca que controlamos todo y podemos darle la espalda a sus ritmos y cambios de luz, en realidad nos afectan porque somos también eso. El problema es que lo olvidamos, se ha impuesto lo racional y la manera de querer controlar todo hasta el límite de la destrucción. No hay muchos organismos empeñados en destruir su hábitat como nosotros, de manera consciente, y eso que se supone que somos los inteligentes.

La protagonista de esta novela en un momento deja el celular en un acto de rebeldía. ¿Quién puede hacer eso hoy?

Ella es una mujer muy controladora, se auto explota de maravilla, como hacemos casi todos en esta época. Lleva una carga que es una sensación muy extraña: la culpa del super viviente. Tuvo un accidente de tráfico, su hermana murió ahogada y ella sobrevivió, entonces carga con la culpa de porqué sigue viva y su hermana no. Ciertamente necesita huir y escapar de este aparato que nos hace esclavos por eso en una especie de arrebato, lo deja en casa. Pero al poco tiempo se arrepiente de intentar ser alocada cuando en realidad no lo es y entonces le cae una culpa máxima.

La culpa es algo muy contemporáneo, vivimos con culpa todo el tiempo…

Vivimos en la era de la culpa y nos fustigamos de maravilla por todo. Motivados por la productividad, tenemos la noción de que podemos controlarlo todo. Nos han enseñado que si lo perseguimos conseguiremos cualquier cosa, el problema es que si no lo hacemos nos culpabilizamos. Para mí este pensamiento parte de un error, está bien el esfuerzo y la perseverancia, pero no todo está bajo nuestro control. Es cuestión de mirar a la naturaleza para darnos cuenta de que controlamos muy poco.

¿La literatura te produce culpa, es decir, si no escribes te sientes culpable?

Si no estoy escribiendo me pongo de mal humor, pero no siento culpa. Empecé a escribir muy joven como consecuencia natural de la lectura. Me gustó leer desde pequeña. Para mí salir al parque era una pérdida de tiempo. Hoy, cuando no escribo siento que me falta algo, como cuando no comes, es un malestar interior, me siento débil. Diario escribo, además, al tener la editorial Impedimenta, me he acostumbrado a una dinámica extrañísima: escribo, me entra un email o una llamada, termino y sigo escribiendo.

No te desconectas…

No porque mis temas son casi siempre los mismos: el deseo de estar en otra parte, la huida, la naturaleza. Hay un campo abonado donde crecen las raíces y en ese terreno me muevo todo el tiempo.

Escribes sobre el aislamiento y la naturaleza, pero vives en Madrid. ¿En la escritura manifiestas tus ganas de huir?

Sí y creo que eso se debe a la búsqueda de un lugar al que pertenecer. Sigo buscando y desde luego lo que busco está muy relacionado con la naturaleza. Mis padres nacieron en un pueblo muy pequeño, actualmente con cincuenta habitantes, pero en 1968 se mudaron a trabajar a de Madrid, pero como era muy caro vivíamos en el extra radio, ahí nací yo. Sin embargo, los fines de semana, las navidades o la Semana Santa, nos íbamos al pueblo. Era extraño porque en el pueblo me sentía citadina y en la ciudad no me encontraba tampoco. Siempre estaba con un pie en cada espacio. Ahora hago lo mismo, vivo en Madrid pero en cuanto puedo me voy al pueblo. Convivo con esa dualidad, por eso no puedo idealizar la naturaleza, la conozco muy bien. Vivo a caballo entre ambas realidades.

¿Te sientes igual respecto a los géneros?, ¿tienes un pie en la prosa y otro en la poesía?

La novela me da paz y la poesía me llama. Tengo la sensación de que puedo escribir prosa en cualquier momento, no es una presunción, sino algo que experimento. Con lo poesía no me sucede, no me puedes pedir un poema inédito con límite de tiempo porque no te lo voy a dar. A la poesía la busco. Me llama y obedezco. Lo que veo que permea los géneros es el lenguaje, durante un tiempo se me dijo que mi prosa es poética y mi narrativa muy poética, al principio esto no me hacía gracia, pero ahora creo que es cierto.

Otra constante de tu trabajo es el peso del pasado, ¿por qué te interesa?

Tengo que conocer muy bien el pasado de mis personajes para situarlos en el momento actual. No podemos olvidar el pasado, durante esta conversación han salido constantemente mis padres y su realidad. Mi historia personal es otra, pero es verdad que su herencia y la de mis abuelos está presente, es importante saber de dónde venimos para saber quiénes somos. Mi padre trabajó en Frankfurt durante un tiempo, en los sesenta muchos españoles se fueron a Alemania a trabajar, así que imagínate cuando fui a la Feria del Libro de Frankfurt como escritora y editora, de pronto estaba en el mismo sitio, pero en circunstancias muy distintas…  ya no se lo pude contar porque ya no vivía. Siempre hay una conexión.

Una bonita conexión en este caso.

Sí, me dolió un poco porque se acababa de… me cuesta trabajo usar el verbo y eso que trabajo con las palabras, todavía me cuesta decir que murió. Mi padre falleció en septiembre y yo fui en octubre, así que imagínate.

 

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