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Marx sin marxismo (Artículo) Naturaleza Aristegui

"Pensar a Marx hoy, a doscientos años de su nacimiento, significa seguir el espíritu crítico que dio origen a su genial obra", escribe Carlos Herrera de la Fuente.

  • Redacción AN
13 May, 2018 17:52
Marx sin marxismo (Artículo)

Por: Carlos Herrera de la Fuente*

En un reciente artículo en el Independent, a propósito del bicentenario del nacimiento de Karl Marx, Slavoj Žižek subraya una paradoja en la circunstancia contemporánea de su pensamiento: a pesar de que las ideas y conceptos del autor de El capital resultan, en muchos sentidos, más vigentes hoy de lo que pudieron haberlo sido en el contexto en el que fueron desarrollados durante el siglo XIX, la corrección de su planteamiento es, tal vez, más literal de lo que al propio Marx le hubiera gustado.

Cierto, resulta innegable reconocer, después de los críticos acontecimientos experimentados en los primeros 18 años del siglo XXI, que el complejo teórico esbozado públicamente, por primera vez, con el apoyo fundamental de Friedrich Engels, en el Manifiesto del partido comunista, se refería más a un mundo globalizado como el que vivimos en la actualidad, que al que se presentaba en el contexto del desarrollo capitalista de la Europa occidental decimonónica (aún ataviada de bastantes zonas feudales y precapitalistas). Al describir la dinámica económico-política de la realidad histórica de su época, Marx y Engels trazaban las tendencias de un acontecer que sólo se verificaría plenamente después, cuando la totalidad del globo terráqueo hubiera interiorizado, en todos sus pormenores, la forma de existencia propia del modo de producción capitalista.

No obstante, esta interiorización, siguiendo la idea planteada por Žižek, se habría enfrentado a una ironía radical: mientras más progresaba el capitalismo y sometía las antiguas formas de producción y reproducción de la riqueza a su dinámica expoliadora, disolviendo las viejas culturas y tradiciones comunitarias; mientras más “liberaba” a los trabajadores de sus vínculos con la tierra y los entregaba, como simple fuerza de trabajo, al proceso de producción regido por la burguesía; mientras más dividía a la Tierra entre una minoría de poseedores y una mayoría de excluidos; mientras más unificaba económica y técnicamente el mundo, subordinando realmente todas las esferas de existencia social bajo su égida; mientras más construía una institucionalidad política homogénea, a nivel global, adecuada a su lógica, más triunfaba el fetichismo mercantil que le es consustancial, y con él la ideología espontánea del capitalismo que, en su inercia acrítica, reniega de la posibilidad del cambio y la transformación.

En pocas palabras: mientras más real se hacía la mundialización del capitalismo en todos los niveles (económicos, políticos e ideológicos), tal como lo habían anunciado Marx y Engels en el Manifiesto del partido comunista, más lejana se hacía, a la par, la posibilidad de un cambio revolucionario, justo porque el capitalismo, junto con su modo de producción, instauraba en el mundo la apariencia de ser insuperable e indispensable, a pesar de todo el horror (crisis, desempleo, hambrunas, migraciones, guerras, etc.) que no se cansa de generar en todas partes.

Así, Marx tuvo razón: el capitalismo, con su lógica mercantilista y sus divisiones clasistas, se impuso a nivel mundial, instaurando una hegemonía económica, política e ideológica. Pero, aparentemente, tuvo demasiada razón: la preeminencia de esa hegemonía terminó por aniquilar las aspiraciones revolucionarias de transformación.Esta situación, sin ser definitiva, se puede ratificar en la tendencia mayoritaria de una izquierda que, lejos ya de las reivindicaciones radicales de los años sesenta y setenta del siglo XX, aspira exclusivamente a la reforma institucional del sistema con la finalidad de conservar u obtener ciertos beneficios sociales que considera indispensable para la población.

Por otro lado, algunos de los que se presentan como más “radicales”, aglutinados en las posiciones “poscoloniales” o “decoloniales”, dicen alejarse de la mentalidad “eurocentrista”, en la que incluyen al marxismo, y reivindican una posición “subordinada”, ya sea africanista, asiática o latinoamericanista, como si eso fuera suficiente para vencer la dinámica expoliadora del sistema y no existiera, a la par, un capitalismo que vistiera kangas, turbantes, kimonos y ponchos.

La cuestión es que, históricamente, el triunfo predictivo del planteamiento de Marx estuvo acompañado de una derrota política, derivada de la confusión inevitable (aunque confusión al fin) entre la existencia del llamado “socialismo real” y la teoría marxista que, a la larga, poco o nada tuvo que ver con ese fenómeno. El que, en 1917, en Rusia, hubiera habido una revolución (la de octubre) efectivamente encabezada por pensadores marxistas y que, en los años posteriores, se hubiera intentado llevar a cabo un experimento socialista,no significa, bajo ninguna circunstancia, que la sociedad y el Estado que finalmente se establecieron allí hayan tenido algo que ver con la teoría de Marx (aunque sus líderes no se hayan cansado de hacer uso y abuso de las imágenes de los principales pensadores del materialismo histórico).

En este sentido, no tiene por qué caber ninguna duda al afirmar lo siguiente: el marxismo, tal y como fue concebido y deformado por los mal llamados Estados socialistas, esto es, en su versión de “marxismo oficial” o “marxismo soviético”, fue, junto con la sociedad consumista y “democrática” occidental, la principal farsa ideológica del siglo XX. Un farsa que terminó igualando la palabra socialismo con Estado autoritario (aunque de “bienestar social”) y convirtiendo el planteamiento de Marx en una grotesca caricatura de sí mismo. Poco importa que en dichos Estados se haya instalado efectivamente o no una red de seguridad social de gran envergadura: Marx no fue un pensador del “Estado de bienestar”, como sí lo fue Keynes, por ejemplo, sino un teórico que tematizó a fondo la posibilidad de la superación radical del capitalismo y todas sus instituciones.

La lejanía de la izquierda contemporánea (aunque no en su totalidad) con cualquier reivindicación marxista tiene que ver justo con esa deformación fetichista de la historia que se terminó por asentar en la cabeza de la mayoría absoluta de los pobladores del planeta, quienes, con el apoyo de los mass media, repiten los lugares comunes más simplistas. ¿Es posible que la izquierda socialista de hoy (la que aún queda) pueda superar esta situación histórica adversa, potenciada desde hace décadas por la caída del Muro de Berlín y la Unión Soviética?.

Tal vez la única manera de responder a la paradoja esbozada por Slavoj Žižek es planteando una nueva paradoja: la de reivindicar el pensamiento de Marx, su espíritu crítico, sin ser marxista. Esto es, recuperar la radicalidad y originalidad de la teoría construida por Marx sin convertirla en un corpus homogéneo (en un fetiche) que unifique la totalidad del pensamiento de izquierda y reclame para sí, en cualquiera de sus versiones, una autenticidad y veracidad en última instancia indemostrables. Ya nunca más un marxismo verdadero, auténtico, ortodoxo, oficial; tampoco uno heterodoxo, libertario, revolucionario, etc.

No: un diálogo abierto con Marx que, desde la posición que se quiera, establezca las pautas para reconstruir una posición crítica del mundo contemporáneo y, desde allí, nos brinde las herramientas para transformarlo radicalmente, más allá de las posiciones liberales y reformistas. Así como un día el gran filósofo alemán Immanuel Kant hizo un llamado al mundo de su época (finales del siglo XVIII) para salir de la minoría de edad y atreverse a pensar y saber (sapere aude) por cuenta propia sin recurrir a los dogmas políticos y religiosos, ¿no ha llegado ya definitivamente la hora de que la izquierda socialista deje atrás sus dependencias intelectuales y se atreva a pensar radical y originalmente sin tener que acudir, necesariamente, a un único compendio teórico predefinido como la verdad absoluta? ¿No es hora de que la izquierda socialista se imponga a sí misma un nuevo sapere aude, sólo que ahora sine marxismus (atrévete a saber… sin marxismo)?

Este planteamiento no es, ni mucho menos, arbitrario. No nace de una concesión a la ideología liberal ni conservadora, ni a la afirmación acrítica del “final del socialismo” tras la caída de la Unión Soviética. De ninguna manera. Es, por el contrario, la asunción de una invitación que el propio Marx hizo a sus lectores en el prólogo a la primera edición de El capital, en el cual dijo que él sólo escribía para gente que tuviera la capacidad de pensar por cuenta propia, y no para aquélla que sólo siguiera ciegamente dogmas o doctrinas.

Pensar a Marx hoy, a doscientos años de su nacimiento, significa seguir el espíritu crítico que dio origen a su genial obra; significa dialogar con él, discutir con él, criticarlo, retomarlo, replantearlo, modificarlo, adaptarlo a las circunstancias contemporáneas; significa asumir, de principio, una relación libre y racional con su obra, que, lejos de divinizarlo, de volverlo un fetiche teórico, lo convierta en un autor vivo, capaz de decirnos siempre algo nuevo y distinto, que, al mismo tiempo, pueda ser debatido o refutado.

El marxismo del siglo XIX y del XX (con excepciones fundamentales) no pudo construir una lectura libre y antidogmática de Marx. Por eso fracasó. Por eso, también, Marx, un día, sabiendo algo de las deformaciones que los llamados “marxistas” franceses hacían de su obra, tuvo la oportunidad de expresar abiertamente (como ahora lo hacemos nosotros): “tout ce que je sais, c’est que je ne suis pas marxiste” (lo único que sé es que yo no soy marxista).

*Carlos Herrera de la Fuente (México, D. F., 1978) es filósofo, ensayista y poeta. Licenciado en economía y maestro de filosofía por la UNAM; doctor en filosofía por la Universidad de Heidelberg, Alemania. Es autor de los poemarios Vislumbres de un sueño (2011) y Presencia en fuga (2013), así como de los ensayos Ser y donación. Recuperación y crítica del pensamiento de Martin Heidegger (2015) y El espacio ausente. La ruta de los desaparecidos (2017). Es profesor de la materia Teoría Crítica en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM. Ha colaborado en las secciones culturales de distintos periódicos y revistas nacionales.

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