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Del futbol y otros demonios: Inglaterra y el abuso racial en redes sociales | Artículo

En este artículo hemos revisado dos acciones que estas plataformas podrían tomar de inmediato para atajar este problema: exigir identificación para cada una de sus cuentas e intervenir con decisión para frenar y eliminar contenido problemático.

  • Antonio Salgado Borge
17 Jul, 2021 07:13
Del futbol y otros demonios: Inglaterra y el abuso racial en redes sociales | Artículo
Reuters

Antonio Salgado Borge

Marcus Rashford, Bukayo Saka y Jadon Sancho son los jugadores ingleses que fallaron en la ronda de penales que decidió la final de la Eurocopa este año.

Los tres son hombres jóvenes y de color. Los tres sufrieron en redes sociales de un abuso racial inclemente tras la derrota de Inglaterra. Instagram, Facebook y Twitter se llenaron de agresiones en forma de insultos y emoticones en contra de estos jugadores.

Es cierto que en Inglaterra el racismo estructural es persistente. También es real que existen grupos racistas que se hacen sentir lo mismo en los estadios que en las calles. Pero lo que ocurrió en las principales redes sociales durante la noche del domingo no es proporcional, distorsiona y mal representa este fenómeno.

Dos asuntos han contribuido a generar esta distorsión: la existencia de perfiles anónimos y la falta de voluntad de las redes sociales de intervenir decididamente. Ambas lagunas trascienden al fútbol, a Inglaterra y al racismo. Por ende, vale la pena revisarlas con detenimiento.

VOYCENOW Foundation

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Eliminar perfiles anónimos

Empecemos por la existencia de perfiles anónimos. Es bien sabido que un número importante de las cuentas en redes como Facebook o Twitter no revelan ni están vinculadas con la identidad de su usuario. También es de sobra conocido que algunas de estas cuentas son creadas por personas que buscan agredir sin ser reconocidas o por organizaciones que quieren incidir artificialmente en el sentido del debate público.

Actualmente las principales redes exigen la vinculación de cada cuenta nueva a un correo electrónico, pero esto claramente es insuficiente para evitar la proliferación de cuentas falsas. Además, estas plataformas han hecho poco o nada para suspender cuentas que evidentemente son automatismos o bots.

En este contexto, la identidad de buena parte de las cuentas que cometieron abuso racial contra los jugadores ingleses resultó imposible de identificar. Estamos ante un estado de cosas perfecto para quienes quieren abusar racialmente de otras personas, pero que no quieren ser reconocidas públicamente como racistas.

No es casualidad que, tras el abuso a los seleccionados ingleses, una petición para exigir que sea necesario vincular cada cuenta en redes sociales con una identificación oficial alcanzara más de medio millón de firmas.

La idea es que obligando a vincular cada cuenta con una identificación oficial de su usuario, varias personas lo pensarían dos veces antes de agredir racialmente en redes sociales por temor a exhibirse como racistas. Esto incluso podría derivar en sanciones legales. Por ejemplo, cinco usuarios identificados que profirieron agresiones racistas en Twitter contra los jugadores ingleses han sido detenidos. Esto hubiese sido imposible si estas cuentas hubiesen sido anónimas.

Sin embargo, hay quienes se oponen a esta idea por considerar que una política de esta naturaleza no es suficiente para terminar con el problema del abuso racial en redes. Por ejemplo, redes como Parler, la infame plataforma utilizada por la ultraderecha en Estados Unidos para despilfarrar epítetos racistas o sexistas y para organizar el asalto al Capitolio, exige identificación a sus usuarios.

Pero esta objeción no se sostiene. En primer lugar, la idea de eliminar cuentas anónimas no se plantea como una acción suficiente, sino como una necesaria. En segundo lugar, el nicho de redes como Parler es pequeño y cerrado. Un usuario de esta red puede ser abiertamente racista porque sabe que le está hablando a un universo conformado por personas igualmente racistas. Pero claramente esto no aplica igualmente en redes como Facebook o Twitter.

Mucho más seria es la objeción que parte de la base de que prohibir el anonimato pondría en riesgo al activismo crítico en redes sociales. Por ejemplo, en algunos países puede ser necesario utilizar perfiles falsos para convocar a protestas o coordinar acciones políticas anti-gubernamentales.

Me parece que en principio esto es cierto. Sin embargo, en la práctica en algunos de los países autoritarios, como China o Corea del Norte, redes como Facebook y Twitter no existen. En otros, como Cuba, los gobiernos pueden bajar o subir el switch del internet cuando consideran que está siendo utilizado para coordinar a personas en su contra.

Además, la coordinación más importante no se produce en público, sino en grupos cerrados de plataformas como Telegram o en el internet subterráneo o “dark web”. Es decir, desanonimizar Facebook o Twitter no deja al activismo sin canales de comunicación. Esto es, los beneficios de hacerlo parecen ser mayores que los perjuicios.

Getty

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Intervenir en serio

De acuerdo con las principales redes sociales, sus moderadores y algoritmos intervinieron para frenar el abuso racial contra los jugadores ingleses. Sin embargo, estas redes han sido severamente criticadas porque, si esto es cierto, su intervención fue pobre y claramente ineficiente.

Por ejemplo, varias personas reportaron que al denunciar comentarios racistas Instagram les respondía que “debido al alto volumen de reportes, el equipo de revisión no ha podido revisar su reporte”, pero que “nuestra tecnología ha encontrado que esta publicación probablemente no va en contra de las políticas de nuestra comunidad”.

Lo cierto es que Instagram y compañía contaban con los recursos técnicos y humanos para suspender cuentas o borrar publicaciones con el fin de frenar la bola de nieve cuando recién se estaba formando. Pero optaron por no hacerlo.

Hay quienes alegan que una intervención radical como la que este fenómeno demandaba hubiese servido de muy poco, pues el problema de fondo no son las redes sociales, sino el racismo que persiste en parte de la población de Inglaterra. Es decir, que el racismo es previo a las redes sociales, y que estas plataformas sólo exponen una realidad independiente.

Ante esta objeción se tendría que conceder, antes que nada, que desde luego que es cierto que el racismo antecede a las redes: es una perogrullada que el racismo inglés no inició con Facebook.

Pero esto no implica que las redes sean un espejo neutro del racismo de algunos sectores retrógrados que persisten en ese integrante de la unión británica. Lo contrario es cierto. Diversos estudios han mostrado que las redes sociales magnifican el discurso de odio y polarizan con base en este.

En consecuencia, una intervención decidida para frenar el racismo en esos espacios tiene el potencial para impedir que éste regrese al mundo analógico potenciado y magnificado. Desde luego, una solución de fondo al problema del racismo va mucho más allá de las redes sociales, pero esto no significa que una intervención en redes sea trivial o inocua.

A ello hay que sumar que intervenciones de esta naturaleza trascienden el tema del racismo persistente. Por ejemplo, al día siguiente del partido de Inglaterra, la BBC reveló que algunas cuentas racistas -no todas, ni la mayoría-, estaban ubicadas fuera del Reino Unido y que un subgrupo de éstas operaba de forma coordinada.

Este fenómeno no es nuevo. Dinámicas de esta especie se han observado al menos desde la elección presidencial de Estados Unidos en 2016. Lo que se aprecia cada vez con mayor claridad es que una constante desde entonces ha sido la utilización de campañas coordinadas para exacerbar prejuicios relacionados con la antidemocracia -como el racismo, el sexismo o la homofobia-.

A su vez, esto tendría como fin reventar conflictos al interior de las democracias liberales y encumbrar a personajes que, consciente o inconscientemente, son funcionales para debilitarlas. El documento de una reunión secreta del Kremlin detallando su intención de apoyar a Donald Trump dado a conocer por The Guardian esta semana es una muestra clara de ello.

En consecuencia, es falso que el racismo en redes sociales se limite a reflejar el racismo preexistente en una sociedad determinada.

Reuters

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Conclusión

Las agresiones que sufrieron tres jóvenes jugadores de la selección inglesa han puesto en evidencia que las políticas actuales de las principales redes sociales permiten y fomentan el abuso racial.

Bukayo Saka lo puso con claridad fuera de serie: el joven seleccionado de 19 años dijo que “supo instantáneamente el tipo de odio que estaba por recibir y que es una triste realidad que las poderosas plataformas no están haciendo suficiente para detener estos mensajes”.

En este artículo hemos revisado dos acciones que estas plataformas podrían tomar de inmediato para atajar este problema: exigir identificación para cada una de sus cuentas e intervenir con decisión para frenar y eliminar contenido problemático.

Aunque ambas acciones enfrentan objeciones, éstas no se sostienen o no son lo suficientemente fuertes. La inacción de estas redes en temas raciales potencia el racismo y representa un riesgo para las democracias occidentales.

De ello se desprende que Facebook, Instagram y Twitter no tienen pretexto para seguir siendo cómplices del racismo. Y que no deberían tener la opción de serlo.

Facebook: Antonio Salgado Borge

Twitter: @asalgadoborge

Fuentes: