“Los libros son una promesa que te estimula a moverte, a pensar y a conocer distintas personas”: Daniel Goldin
El escritor, editor y fundador de Jardín Lac, habla sobre la reedición de ‘Los días y los libros’.
- Redacción AN / HG

Por Héctor González
El rumbo de la literatura para niños en México no se podría entender sin Daniel Goldin (México, 1958). A él le correspondió poner en marcha al menos dos colecciones seminales: A la orilla del viento en el Fondo de Cultura Económica y Travesía, en el sello Océano. Bajo el manto de ambas se han formado cientos de jóvenes lectores.
Goldin es un estudioso de la lectura y su impacto en los individuos. Su actual proyecto, el Jardín Lac recoge buena parte de su vocación, misma que hace 17 años dejó testimonio escrito en su obra Los días y los libros, el cual ahora vuelve a circular cortesía de editorial Océano.
¿Cómo te reencuentras con este libro?
Me reencontré un poco sorprendido por su actualidad, es un libro que se publicó hace 17 años. En algún momento alguien me dijo que era un libro muy cotizado en esas redes donde se comercializan los libros agotados. Editorial Océano me ofreció reimprimirlo y cuando lo releí sentí que muchas de las cosas que quería poner en el capítulo final de actualización ya estaban anunciadas de una manera poco catastrofista, mostrando básicamente que la actualidad viene de lejos.
¿Qué textos te sorprendieron?
Hay un texto que me fascina, es sobre la paternidad y los libros. Habla sobre la idea de permanecer que se expresa en el apotegma de escribir un libro, tener un hijo y sembrar un árbol, problematizo esa noción y la concilio con la posibilidad de transformarse. La de única manera que tenemos para permanecer es recibiendo a los otros y tratando de hacer que el mundo sea más hospitalario. Hay otro texto que releo periódicamente porque a veces doy cursos sobre eso, se llama La invención del niño, donde problematizo la historia de la literatura para niños con la historia de la infancia, son dos historias que marchan de manera paralela. El libro intenta encontrar los vínculos, pero reconoce que esos vínculos no pueden ser causales. Nosotros iniciamos a los niños en la lectura pensando que se va a transformar su relación con el mundo, y yo creo que, sin negarlo, este ensayo aborda varias cuestiones en este sentido. En los últimos años hemos visto como el niño es visto como también como un sujeto de consumo y sobre esto también habla ese ensayo. Me asombra la actualidad del libro, en un momento donde fundamentalmente la gente quiere respuestas muy rápidas a situaciones muy complejas.
De alguna manera el libro se teje con un hilo que tiene que ver el gozo por los libros. Siendo hijo de un bibliotecario, ¿cuáles fueron tus primeras lecturas?
Cada lector se define desde muy temprano en sus ritmos y en su modo de ser. Soy un lector lento, de pocos libros y ciertamente desde muy temprano algunos me marcaron mucho. Más que los libros recuerdo la impresión o la sensación que me produjeron, sensaciones que me acompañaron desde muy temprano y me hicieron sentir que había una vida posible. Parte de la experiencia de la lectura tiene que ver con la sensación de que la vida que uno está viviendo no es del todo completa. Los libros son una promesa que te estimula a moverte, a pensar, a conocer distintas personas, a distraerte de las circunstancias y en mi caso, me estimularon a viajar. Hoy en día, 65 años después de mi arribo al mundo, reconozco que ya no me quiero mover tanto, más bien siento que quizás hay un viaje interior. Hoy más que leer disfruto releer. Mi padre me acercó a algunos libros y creo que yo me acercaba a esas lecturas para acercarme a él. Creo que es más importante la cercanía con las personas, y la conversación a partir de los libros, que propiamente la lectura.
El tema de tu padre es un punto en el que coincides con Juan Villoro, quien en su libro La figura del mundo, reconoce que a través de los libros encontró una forma de acercarse a su padre.
También leí ese ensayo, es un libro muy duro de Juan. Me sentí muy cercano y le escribí diciéndole a que me había descubierto muy hermano de él. Me respondió que los dos fuimos hijos de padres que ahí estaban, pero se les dificultaba tanto estar con nosotros como en el mundo. El papá de Juan fue un gran filósofo, mi papá no tiene nada que ver con eso, pero los dos probablemente hubiéramos preferido que estuvieran más presentes. Son cosas que vas aprendiendo, la vida no te da a escoger qué quieres ser, tu querrías ser mil cosas y más bien tienes ciertas opciones y dentro de ellas hay posibilidades de cómo vivirlas. Hay que aprender a ser pasajero, creo que es la gran lección del libro de Juan y espero que también del mío.
Los niños y los jóvenes leen más de lo que nos imaginamos los adultos, ¿ha cambiado la relación con la lectura?
Ha cambiado la relación de la lectura de todo el mundo. Hoy en día leemos y escribimos mucho más que en cualquier momento de la historia. No estoy siguiendo la literatura contemporánea para niños, pero en algún momento sentí que lo que había hecho en dos instituciones, una pública y una privada, me dio enorme gusto y orgullo. Cuando construí las colecciones del Fondo de Cultura Económica y de Océano, lo que más me interesaba era el catálogo. Me hacía sentir muy bien que A la orilla del viento, fuera una colección que se reimprimía de manera íntegra un par de veces al año. No imperaba como hoy, la voluntad de la novedad, como si el libro más importante fuera el último. Yo creo que eso se ha contagiado al resto del mundo editorial donde cada tres meses tienes los diez libros que debiste haber leído. Cuando comencé a publicar los libros para niños se le consideraba una literatura alternativa a la escuela, pensada en sus vivencias. Hoy, por lo que alcanzo a ver, es que es una literatura escrita por adultos que imaginan lo que a los niños les interesa y están en poco diálogo con ellos. Esa es mi impresión, aunque reconozco que no es de alguien que esté leyendo en la actualidad los libros. En todo caso, lo que ha cambiado es la capacidad de atención que un lector le puede dar a lo que está leyendo, es algo muy preocupante, porque todos estamos leyendo en la red. Uno lee los periódicos y ya no sabe qué día es, pocas permanecen. Antes leías para conectarte y hoy los libros te invitan a desconectarte de la otra palabra escrita.
Este cambio en nuestra capacidad de atención de un libro, ¿se nota en la literatura?
No podría generalizar. Leo algunos autores contemporáneos y siento que muchos de ellos están descubriendo la tibieza de la leche. Algunos son muy propositivos, pero los libros que leo ahora muchos son relecturas, es ahí donde mejor se justifica mi inversión de horas. Muchos libros que hoy están en la mesa de novedades y al ratito estarán en la de remates, por eso un poco también la voluntad de reimprimir este libro. No todas las novedades son forzosamente más elocuentes, más pertinentes o incluso más actuales.
¿Cuáles son los clásicos a los que estás volviendo ahora?
Estoy leyendo a Gabriel Zaid, Los demasiados libros lo he leído diez veces y siempre me parece maravilloso. Volví a leer a Salinger, a Philip Roth, versiones de Octavio Paz que me siguen diciendo muchas cosas. Me da mucha alegría leer y descubrir la profundidad de un texto bien trabajado.
Algo de esa vocación está en Jardín Lac, tu proyecto actual.
Es verdad. Jardín Lac hace referencia al Cándido de Voltaire, quien viaja por todo el mundo buscando y a su regresa descubre que la novedad podemos encontrarla en nuestro espacio, y que esa novedad nos puede ayudar a encontrarnos con los otros y con la naturaleza.
¿Cómo colaborar desde la industria editorial, industria por cierto que necesita de los árboles?
Creo que hay formas de colaborar. No se trata de vivir en el campo y no construir casas o muebles. Hay que tener un consumo responsable. Es mejor imprimir en un buen papel que hacerlo en un papel baladí o que leer en una pantalla donde el libro se confunde con los chats y con la publicidad. El libro sí debe tener un sostén diferenciado de muchas otras cosas. ¿Cómo convivir? Leyendo bien, levantando los ojos de la lectura y dándote un espacio para respirar, para conversar, no forzosamente con otros, sino con uno mismo.







